miércoles, 12 de febrero de 2014

Goya 2014: la gran mentira del cine español

Esto no es un artículo para hablar de lo maravillosas que son nuestras películas, tampoco hacer un recorrido a través de los ganadores -aunque tenga que hacer referencia a algunos necesariamente- y menos aún para reconocer que Trueba es merecedor del festival de estatuillas que recibió el domingo. Tampoco se vayan a pensar que voy a ponerme a repartir palos a diestro y siniestro, aunque a alguno le vendrían de "cine"; no. 



Poder disfrutar de una producción normalizada de filmes en nuestro país es positivo y que haya una academia que se ocupe de velar por los intereses de los que se dedican a ello más todavía. El problema aparece cuando los recursos son limitados, no somos Hollywood, estamos a millas de serlo y a otras tantas de parecernos. En el cine, como en la sociedad, hay clases -géneros- y diferencias entre ellos. El conflicto con el cine patrio no es solo esa falta de recursos económicos sino el reparto de estos que es de todo menos igualitario. Ese es el problema de base y el origen de muchos de los males que sufre.



Hace tiempo escribía en un espacio bautizado como 'Rincón de crítica constructiva' que terminó derivando en lo que se ha convertido este. ¿Y por qué digo esto? pues porque me di cuenta que de poco servía esa crítica cuando el que la lee la interpreta como le da la gana que es en realidad el fin de todo análisis sea más o menos incisivo. Y no, no es la crítica la culpable de que el spanish cinema no avance sino otras tantas cosas que comienzan en nuestro carácter y terminan en los lamentables resultados de taquilla. 




Mientras decidía el título del artículo me acordé de la película de Soderbergh Sexo, mentiras y cintas de vídeo y descubrí unas cuentas similitudes con lo que ocurre en este nuestro país. Steven escribió el guión en ocho días, rodó en 30 y montó la cinta en otros tantos. Una locura, la que te provoca la falta de presupuesto; para que veáis que en Estados Unidos no es oro todo lo que reluce ni tienen la cartera de Spielberg todos los que cogen una cámara. Este señor no contó con subvenciones -tampoco lo hizo David-, y menos aún se dedicó a manifestarse en contra de un gobierno que no le apoyaba -ni antes ni ahora- ni perdió el tiempo dando discursos cargados más de mala leche ideológica que de reivindicaciones. Y justo aquí empieza esa gran mentira que citaba en el titular.


Las dichosas subvenciones. No hay gala de los Goya en la que no se hable de ellas. Son una gran ayuda pero no son lo único de lo que se puede tirar. Me gustaría recalcar que estamos hablando de la Academia, donde unos señores seleccionan en un porcentaje muy alto sobre todo aquello que llega a la distribución en salas así que aquí no están incluidos realizadores amateurs que anden dejándose las uñas para que vean lo que hacen y de los que queda tan bien hablar como 'nuevas promesas'. Esos jóvenes, los que necesitan más que cualquier otro de una subvención no la reciben y si lo hacen es en forma de propina. Señores de las altas esferas que hablan del futuro del cine español, tengan un poco más de vergüenza y actores que han dejado España para ganar más pasta, paren de darse el lote con el micrófono cuando vuelven a su país porque resultan de todo menos creíbles.


Y no hablo de otro que no sea Bardem, Javier Bardem, esa especie de 007 de la política encubierta del artisteo, otro embuste del cine español. Y aquí no voy a valorarlo como intérprete sino como chinche. España no necesita actores que se paguen un vuelo de avión para apoyar el cine español y criticar lo mal que se están haciendo las cosas porque los que están en la península lo saben diez veces mejor que él y el cine tampoco requiere de manifestaciones externas a él. Bastante tenemos con no poder mantenerlo -al cine- como para mezclarlo con el "no a la guerra" y reivindicaciones varias. Si esos personajes públicos se sienten uno más y parte de la masa que se manifiesta que se enrolen entre ellos -no es preciso salir siempre en la foto- y se dejen de discursos que bastantes nos dan ya los políticos. Mejor escribe en un blog y déjate de notoriedad; y si eso es lo que te alienta de verdad presentate a las elecciones, pero a las del gobierno no a las de las causas sociales porque, aunque pueda sonar populista, vistiendo de Armani no te pegan nada.

El cine español no es de todos ni en él tienen cabida todos los realizadores. A pesar de que géneros como el de animación están consiguiendo sacar adelante muchos proyectos, otros igual o más costosos de producir como el de Ciencia Ficción, son los grandes ignorados en nuestra industria. Y como ejemplo, la gala de cada año. Los únicos directores que se acercan a lo fantástico - véase como ejemplo Kike Maíllo- tienen una presencia mínima y otros con proyectos más arriesgados como Bayona se ven obligados a salir de España si quieren sacar adelante sus guiones. Por lo tanto, dejen de echarse flores académicos, aquí hay mucha tela que cortar y ustedes no llegan ni al dobladillo.


¿Y qué me dicen de esa falsa apariencia? y aquí no entran solo los protagonistas de los premios sino también todo hijo de vecino que se pone al día cuando ve la lista de nominados y asiste embelesado a la gala en primera línea de sofá. Seamos sinceros, al cine patrio no le queda bien la alfombra roja ni puede permitirse dos horas de alabanzas para reivindicar lo mismo de siempre. Todo ese universo guay que envuelve al cine no lo es tanto cuando se regresa a la cruda realidad que no es otra que una taquilla temblorosa y ese gran proyecto cinematográfico que permanece griposo al fondo de un cajón.


Luego están los grandes ignorados; lo fue Almodóvar hasta que ganó un Oscar -más un re-Goya- aunque sigan teniendo un cierto resquicio con él, pero no es el único. Julio Medem, ese genio creador de historias de gran calado visual y emocional sólo cuenta con un Goya por su ópera prima Vacas. Mientras, Pedro en Francia es protagonista de Cahiers du Cinema, y más tarde en Hollywood lo subieron a los altares, en España pasaba como el director raro, ese que tiene un estilo demasiado particular -en lugar de admitir que no se trataba de crítica sino de falta de aceptación-. Y es cierto que hablamos de cineastas especiales, tanto que fuera de nuestras fronteras son aplaudidos mientras aquí quedan relegados a un segundo plano.


Los españoles no apoyan su cine porque no lo sienten suyo. Y esto ya me parece más un problema de indentidad que de gustos. No nos gusta ser espectadores de nuestra propia personalidad, la de nuestra historia. Al fin y al cabo, el cine -como la literatura o la pintura- es un reflejo de lo que hemos sido, somos y seremos así como de lo que nunca llegaremos a ser. El cine del destape emprendió una libertad visual nunca antes vista pero también abrió la puerta de la idiosincracia del español, afligida y temblorosa al reconocer lo que era, un reprimido sexual y un manojo de incapacidades.



Y es un tanto doloroso admitir que un actor como Javier Cámara, talentoso en su faceta, muy querido y este año premiado y reconocido, no sea un intérprete con vistas a embarcarse en proyectos ambiciosos como lo hicieron Banderas o el propio Bardem. Y no me refiero a que necesariamente tenga  que montarse en un coche para repartir tiros o rodar con Jonathan Demme una película sobre la intolerancia social al Sida y la homosexualidad, sino a cualquier guión que no lo condicione como cómico. Puede que Cámara prefiera quedarse en España y sufrir las vicisitudes que la economía y la sociedad planeen para el futuro del celuloide pero imagino que, como cualquier profesional de su gremio, se habrá propuesto seguir adelante y mejorar. La pregunta es si podrá hacerlo con este panorama. 



La puerta del cine en España se abre y se cierra como si de un obturador se tratase; las entradas y salidas no permiten que reciba la luz suficiente porque la puerta permanece demasiado tiempo cerrada. Si no hay luz no hay peli y de espaldas a la realidad mucho no vamos a poder ver. Las películas españolas no siempre son buenas, en ocasiones son saldos, otras veces magistrales, como en cualquier industria, pero no podemos conformarnos con buscar soluciones cuando la Academia decide vestirse de gala y repartir Goyas como si de pildoras de prozac se tratara. Nuestro cine necesita apoyo, el de todos, pero un apoyo sincero que se base en sus posibilidades y no en el ilusionismo.



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